Nota de Sebastián Campanario publicada en La Nación el 2 de noviembre de 2014
Economía colaborativa: yo comparto, tú
compartes, él vende su empresa y se vuelve multimillonario
El lunes pasado fue
considerado un "día histórico" por quienes promueven y trabajan en el
campo de la "economía colaborativa" o "economía por
compartir": luego de años de peleas en los tribunales, el alcalde de San
Francisco firmó una nueva normativa que permite a los propietarios de esa
ciudad alquilar en forma directa, por pocos días, sus viviendas o las
habitaciones dentro de ellas que estén vacías.
"Fue una mañana
fantástica para toda la comunidad", saludó la novedad en un comunicado el
gigante Airbnb, la plataforma más grande del mundo de locaciones "de
persona a persona". En los últimos meses el sector obtuvo victorias
similares en ciudades como Barcelona, Portland, Amsterdam o Hamburgo. Es una
bocanada de aire fresco para un segmento que viene siendo muy cuestionado desde
distintos flancos: porque representa una competencia desleal para quienes
dominan los negocios (hoteles, inmobiliarias, compañías de taxis, etcétera),
porque los gobiernos lo ven como un drenaje para sus arcas fiscales y porque
muchos analistas remarcan que detrás de una filosofía altruista (anclada en el
término "compartir") se esconden empresas concentradas que hacen lobby
y tienen todos los vicios del mundo capitalista.
"La economía
colaborativa constituye de alguna forma una ruptura del capitalismo, es un
nuevo modelo de producir, distribuir y consumir", cuenta a la nacion Pau
Cabanilla, un especialista español en el tema. "Las cifras son relevantes.
En los Estados Unidos ha creado 8,7 millones de empleos y la productividad por
trabajador aumentó 8% en la última década. El Instituto Tecnológico de
Massachusetts (MIT) calcula su potencial económico en 110.000 millones de
dólares (82.000 millones de euros), aunque hoy ronda los 26.000 millones, es
decir, se va a cuadriplicar en los próximos años. Quizá para acabar de explotar
le hace falta más visibilidad y reconocimiento político y social. Al ser
disruptiva genera incertidumbre y miedo en sectores sobre todo regulados. Lo
nuevo siempre genera desconfianza", plantea Cabanilla, que estuvo esta
semana en Buenos Aires para exponer en el Econ 2014, que se organizó en la
Facultad de Ciencias Económicas de la UBA.
Para Cabanilla, hay prejuicios
de los economistas con este tema, "que van en la dirección de que no tiene
una institucionalización clara y estructurada, es decir, no hay espacios de
interlocución, es dispersa, una red de redes sin normas legislativas claras.
Cuesta interpretar bien qué es la economía colaborativa y qué no lo es. Son
circuitos alternativos a los tradicionales canales de información y análisis de
la economía".
Uno de los pocos
economistas argentinos que abordaron la temática en forma académica es Ricardo
Pérez Truglia, de Harvard: "La gran pregunta es cuánta confianza
interpersonal se necesita para sostener estos modelos de economía por
compartir", explica. Meses atrás, Pérez Truglia realizó un estudio que
partió de la gran diferencia que hay en la variable de confianza interpersonal
en los distintos estados de los Estados Unidos. Lo que hizo el economista
argentino fue tomar una base de datos de eBay, el gigante de las ventas online,
sobre la cual analizó la reacción y la confianza de consumidores ante un mismo
producto y un mismo proveedor, para ver si se comportaban de manera distinta en
relación con su ubicación geográfica. La respuesta fue impactante: la
tecnología y el esquema de reputación en la Web -basados en críticas y vetos de
los usuarios- actuaron como un "homogeneizador" de la confianza: los
compradores actuaron de forma similar, más allá del estado del que provinieran.
Dos compañeros de Pérez
Truglia en Harvard, Benjamin Edelman y Michael Luca, utilizaron en enero la
base de Airbnb para estudiar niveles de discriminación (contra locatarios
afroamericanos) en la sociedad estadounidense. El mes pasado, Justin Wolfers
escribió en Up Shot sobre los resultados de una pequeña encuesta entre 40
economistas top que concluyeron que servicios como el de Uber (que promueve
compartir el espacio vacío en los autos o transforma en choferes a dueños de
vehículos con tiempo libre para monetizarlo) o Lyft "mejoran la calidad de
vida de la población".
Otros analistas no están
tan seguros. Uno de los más furiosos críticos es Eugeny Morozov, quien escribe
frecuentemente en The Observer. Morozov argumenta que bajo el glamour y la
buena prensa del compartir ("Los presidentes de estas compañías suelen ser
excelentes contadores de historias", remarca) se esconden otros elementos
menos claros. Sostiene que en una economía estancada como la europea actual, o
la de Estados Unidos, se trata de volver cool opciones
-compartir vehículo, alquilar más barato, comprar ropa usada- que en momentos
de boom no lo serían. Algo así como el enamoramiento de algunos periodistas y
analistas argentinos en 2002 con los clubes de trueque o aquel invento de los
"nuevos pobres" (gente que supuestamente estaba orgullosa de comprar
segundas marcas), a los que se romantizó como nuevas prácticas para quedarse, y
que terminaron desapareciendo no bien la economía doméstica empezó a repuntar y
se volvieron a llenar los shoppings.
Algunas voces críticas
Y las críticas siguen: hay
gobiernos locales, como el de Nueva York, que destacan que las modalidades de
la sharing economic son ideales para lavado de dinero o para otras actividades
ilícitas, y que la mayor parte de las ofertas listadas por firmas como Airbnb
en la Gran Manzana no son jubilados que aprovechan para completar un ingreso
alquilando la pieza del fondo vacía, sino grandes grupos inmobiliarios con
cientos de viviendas que buscan "negrear" sus operaciones. Otro
riesgo que se apunta es el de la suba de precios que se acerca al poder
adquisitivo de los turistas y vuelve a las viviendas prohibitivas para los bolsillos
de los trabajadores urbanos.
"Hay una primera
confusión en los términos de la «economía colaborativa», que no discrimina
entre proyectos sin fines de lucro, como pueden ser couchsurfing -una
plataforma que permite pernoctar en el «sofá» de la casa de un desconocido
cuando se viaja- o huertas comunitarias de empresas enormes que valen miles de
millones de dólares y tienen prácticas como las de cualquier otra firma
capitalista", explica ahora Marcela Basch, periodista especializada en
economía colaborativa y fundadora del sitiowww.elplanc.net.
"Claramente, no es todo lo mismo", apunta, y cita el caso de Seúl, en
Corea, autoproclamada una sharing city, que recientemente prohibió
la entrada de Uber por considerar que es un monopolio que favorece la concentración
globalizada (la paradoja de la altísima concentración se da en todos los
segmentos de la "nueva economía", empezando por Google o Facebook).
Con todo, Basch cree que
estas modalidades llegaron para quedarse. "Para mí, Airbnb sigue siendo
más interesante, y menos concentrada, y mejor económica, ecológica y
socialmente que la cadena de hoteles Hilton; aunque igual sea recontra
perfectible. Los teóricos más valiosos de la economía colaborativa (que los
hay) están todos de acuerdo en que estamos en un momento muy iniciático, lleno
de zonas grises, y que indefectiblemente se avanzará hacia algún tipo de
regulación que permita de algún modo mejorar estas prácticas. Con la tecnología
disponible, es imposible hacerlas desaparecer. Es como lo que sucedió en su
momento con Napster: bajás una y aparecen cinco."