Nota de Sebastián Campanario publicada en el diario La Nación el día 10/7/2016. En nuestro artículo
anterior hablábamos acerca de las decisiones multicriterio. Aquí el autor pone el foco en los sesgos
a la hora de decidir.
Tal vez los errores no sean tan malos
como se cree
Desde su origen, a principios de los 70, la economía del comportamiento tiene
catalogados 165 sesgos que hacen que nos apartemos de la racionalidad muy
seguido
Sebastián Campanario LA NACIÓN
Desde que tuvo su origen, a principios de la década del 70 hasta hoy, la economía
del comportamiento (la cruza entre economía y psicología) ya tiene categorizados 165 sesgos o errores conductuales, que hacen que nos apartemos de la racionalidad más seguido de lo que creemos. Algunos son muy conocidos y estudiados, como el exceso de confianza, el sesgo de confirmación (atendemos sólo aquellos aspectos que confirman la postura que ya teníamos) o la aversión a perder. Otros son más raros, recientes y menos analizados, como el "sesgo de lengua materna" (algunos estudios confirman que el uso de una lengua extranjera minimiza los sesgos cognitivos a la hora de tomar decisiones, porque proporciona una mayor distancia cognitiva y emocional que la lengua nativa) o la "preferencia rítmica" (se demostró que los sonidos rítmicos son evaluados como más bellos, importantes e incluso "verdaderos" que aquellos que son arrítmicos).
En un extremo de la simplificación y la racionalidad, los manuales clásicos de economía suelen apelar a la figura de Robinson Crusoe, quien pasó 28 años solo en una isla, para explicar modelos de maximización de la utilidad para productores y consumidores. ¿Por qué este apego de los economistas al personaje de la novela de Daniel Defoe? En la última entrega de los premios Milton Friedman, el economista Pablo Mira arriesgó una hipótesis en su monólogo humorístico: "Robinson Crusoe es el individuo racional representativo, muy criticado. Pero yo creo que lo usamos porque nos vemos reflejados nosotros, los economistas. El tipo está solo, sucio y con una alta tasa de masturbación; busca recursos de manera desesperada y cuando encuentra a alguien (Viernes), lo hace laburar para él".
Mira es profesor de la materia Macroeconomía II de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Hace años viene concentrándose en el estudio de la economía del comportamiento y acaba de publicar el libro Economía al diván (Miño y Dávila), en el que aplica este enfoque conductual a la agenda de desempleo, inflación y crisis, con un foco particular sobre la realidad argentina.
¿Qué hay de nuevo en materia de economía comportamental? Mira cree que lo más interesante y novedoso tiene que ver con una percepción que comenzó en los márgenes de esta rama alternativa y se fue extendiendo en los últimos meses: la idea de que los sesgos y errores, después de todo, tal vez no sean tan malos. Esto es, que cualquier intento por corregirlos (como venía sugiriendo hasta ahora la literatura) sufre de limitaciones severas y hasta puede terminar resultando perjudicial para los agentes a los que se pretende "cambiar para bien".
Para empezar, los 165 sesgos listados hasta ahora parecen demasiados: completan una suerte de enciclopedia de fallas que nos hace quedar bastante mal, siendo que nos consideramos la especie más inteligente. "Varios se han preguntado cómo es posible que hayamos ganado la carrera evolutiva con tanto sesgo a cuestas. Jason Collins, un economista australiano que estudia los vínculos entre economía y evolución, no cree que debamos insistir en querer «corregir» estos supuestos errores. Al contrario, debemos reconocerlos como el conjunto natural de capacidades que nos dejó la evolución, y que a veces nos sirven y a veces no", explica Mira.
Gerd Gigerenzer, un psicólogo alemán especializado en estos temas, va más allá y plantea que lo que para la teoría racionalista es un "pifie", pudo en realidad ser un gran acierto para nuestro éxito evolutivo. Para él, los atajos intuitivos son muchas veces una mejor solución que una interminable evaluación de complejas alternativas como las que nos tienen acostumbrados los modelos económicos tradicionales.
Otro que descarta la eliminación pura y llana de los sesgos y, en cambio, plantea que los usemos para nuestro beneficio es Paul Bloom, un cientista cognitivo canadiense suficientemente incorrecto como para decir que, en determinadas circunstancias, la empatía puede ser nociva y el prejuicio, conveniente. "Lo cierto es que estas emociones humanas han sobrevivido con nosotros, y por algo debe ser. El prejuicio, por ejemplo, nos permite categorizar y nos ayuda a hacer conjeturas útiles", explica Mira, que, junto a otro economista y profesor de la UBA, Gerardo Rovner, conduce el programa de radio Dos tipos de Cambio.
El prejuicio nos viene más "cableado" (desde el punto de vista neuronal) de lo que nos gustaría reconocer: los bebes prefieren a los muñecos que tienen sus mismos gustos e incluso prefieren a los muñecos que castigan a los muñecos que no tienen sus mismos gustos. "Es cierto que el prejuicio trae consigo muchos males, como el racismo y la intolerancia. Pero no podemos erradicarlo sin más", sigue Mira. Las nuevas investigaciones sobre sesgos parecen encaminarse a concluir que su corrección lisa y llana puede ser inútil. Que es hora de reconocerlos como parte de nuestra humanidad y de usar técnicas inteligentes para usarlos a nuestro favor.
Economía al diván discurre sobre las últimas novedades y debates en economía del comportamiento, pero ataca en especial al que se considera el "eslabón perdido" en esta materia: el de la relación entre los estudios de sesgos, que pertenecen al mundo de las conductas individuales (la "micro") y la macroeconomía y las políticas públicas. A nivel global, lo más elaborado es la agenda "Nudge", en alusión al libro de Cass Sunstein y Richard Thaler, que postula que "pequeños incentivos" pueden redundar en cambios sociales a gran escala sin poner en riesgo las libertades individuales. A nivel local, los economistas Martín Tetaz, Victoria Giarrizzo, Daniel Aromi y Lucio Castro, entre otros, vienen estudiando distintos aspectos de esta agenda.
El libro está escrito en un lenguaje simple, sin tecnicismos, y no "se casa" con la economía del comportamiento ni se vuelve una defensa cerrada de esta vertiente. Desde este punto de vista es un ensayo crítico. "El homo economicus es fácil de criticar -dice Mira-, pero el supuesto de racionalidad también tiene sus virtudes: se trata de una hipótesis simple y con enormes posibilidades como herramienta analítica. Además, si abandonamos al homo economicus, ¿qué ponemos en su lugar? Porque, si bien la economía del comportamiento estableció sobre la base de cientos de experimentos que no somos racionales, tampoco logró definir qué tipo de comportamiento debemos asumir para los individuos." El autor cree que el gran candidato para ordenar las decenas de anomalías y dar un marco conceptual donde se pueda establecer cuáles de ellas son relevantes para la macro es la psicología evolucionista. Los monos de la isla de Robinson Crusoe no podrían haber estado más de acuerdo.