domingo, 14 de febrero de 2016

Robots y productividad

Nota publicada en el suplemento IEco de Clarían el pasado 20 de diciembre de 2015

Productividad: ¿dónde están los robots?

primer nivelLa paradoja de estos días es que las nuevas tecnologías no están mejorando ni un milímetro la productividad. Una postura muy arraigada entre los historiadores de la economía es que los efectos de mejora en la productividad que tienen las nuevas tecnologías tardan en llegar. De hecho, cada vez que hay una gran innovación tecnológica, su efecto inmediato es reducir, no aumentar, la productividad. Pero en estos casos, la tasa de empleo siempre aumentaba, observa el autor. Esto no está sucediendo en la actualidad.
  • Barry Eichengreen Economista, Univ. De Berkeley

Las tendencias recientes en materia de crecimiento de la productividad hacen difícil ser optimista acerca del futuro. En 2014, el crecimiento mundial de la productividad total de los factores, o PTF, que mide la productividad combinada de capital y trabajo, fue prácticamente cero por tercer año consecutivo. Fue inferior al 1% registrado en 1996- 2006 y al 0,5% de los años de la crisis de 2007-2012. Y todo indica que 2015 no fue menos desalentador. En Estados Unidos, datos corregidos que fueron difundidos a comienzos de diciembre revelan que la productividad aumentó sólo un 0,6% internanual en el tercer trimestre.
Si la tasa de crecimiento subyacente de la PTF cayó, de hecho, de su histórico 1,5% anual a casi cero en países como Estados Unidos, los niveles de vida de los adultos jóvenes de hoy subirán mucho más despacio que los de sus padres. Cualquier aumento dependerá totalmente de las mejoras en la educación y la formación, ausentes en los datos, y en la inversión en equipos y estructuras, que es baja respecto de los niveles históricos.
Economistas como Robert Gordon, de Northwestern University, sostienen que esta contracción del crecimiento de la productividad refleja el estancamiento de la tecnología. Gordon dice que ya se han hecho todos los grandes avances históricos, desde el agua corriente y la electricidad hasta la combustión interna y los motores a reacción. En comparación, el efecto positivo de la mensajería instantánea y del videojuego en la productividad y en los niveles de vida resulta insignificante.
Para muchos –especialmente para quienes vivimos cerca de Silicon Valley– esta conclusión sonará inverosímil. Vemos a nuestro alrededor avances espectaculares en robótica, inteligencia artificial, biotecnología, materiales.
Una postura muy arraigada entre los historiadores de la economía es que los efectos de mejora en la productividad que tienen las nuevas tecnologías tardan en llegar. Por cierto, cada vez que hay una gran innovación tecnológica, su efecto inmediato es reducir, no aumentar, la productividad. La electricidad, la nueva tecnología estudiada por el eminente historiador de economía Paul David, de Stanford University, es un clásico ejemplo de esto.
Como lo explica David, antes de que los motores eléctricos fuesen instalados en las fábricas, las máquinas eran ubicadas en torno a motores de vapor centralizados, a los que se conectaban mediante correas y poleas. Los motores eléctricos autónomos hicieron que las máquinas, sus operarios y las actividades pudiesen ser reorganizados de maneras más eficientes.
Pero esta reorganización llevó tiempo. Mientras tanto, los modos de producción establecidos se “disrumpieron”–utilizando el lenguaje de las escuelas de negocios del siglo XXI–, lo que provocó la caída de la productividad. Pero esta caída fue, en realidad, un presagio de tiempos mejores.
Otro destacado economista, Lawrence Summers, de Harvard, alegó que esta historia es incompatible con una segunda tendencia reciente: el empleo decreciente en hombres de 25 a 54 años. Si la productividad ha caído en forma transitoria porque todo el mundo está trabajando arduamente en el siglo XXI en el equivalente a reorganizar la disposición de la planta, la tasa de empleo debería aumentar, no bajar, ya que las empresas siguen operando su “maquinaria de vapor” al mismo tiempo que agregan nueva “capacidad eléctrica”. El empleo de los hombres de edad intermedia debería aumentar, no disminuir. Pero esto sucederá sólo si las tecnologías del siglo XXI requieren cantidades significativas de mano de obra para desarrollarlas e instalarlas, en comparación con los puestos de trabajo que perjudican y eliminan. Este no es el caso, obviamente.
Mi ejemplo favorito son las historias clínicas electrónicas (mi mujer es médica), que tienen un enorme potencial para mejorar la eficiencia en la atención de la salud. Aún hoy, casi toda la información sobre asistencia médica se transmite entre clínicas y hospitales por fax o por teléfono. Cuesta imaginar un sistema menos eficiente, que no sea tratar de coordinar el cuidado del paciente del modo tradicional mientras se aborda la transición hacia la conservación de historias clínicas en soporte electrónico. Diversos hospitales y clínicas están instalando sistemas que son incompatibles e incapaces de comunicarse entre sí.
A la larga, los médicos recordarán todo esto como una experimentación saludable. Pero por ahora se están tirando de los pelos. Dedican menos atención a los pacientes y más tiempo a incorporar datos en sus laptops que no aportan nada, hoy por hoy, a su productividad.
Además, la cantidad de personas que trabajan en el desarrollo de sistemas médicos electrónicos es pequeña en relación con el número de profesionales médicos que sufren las consecuencias de esta imperfecta tecnología de transición. De hecho, la cantidad de esos desarrolladores posiblemente sea aun menor que la de los profesionales médicos que desistieron, frustrados por no haber podido prestar la atención a sus pacientes acorde a su nivel de formación. Con gusto remitiré a aquellos que buscan más información a una médica que ya no ejerce por lo dicho anteriormente: mi mujer.
(c) Project Syndicate

lunes, 25 de enero de 2016

ECONOMIA DEL COMPORTAMIENTO

A continuación la nota de Javier Finkman para La Nación sobre la economía del comportamiento

A portarnos mal: lo último en economía del comportamiento
En contra de una corriente que supone que las personas toman decisiones como si fueran economistas, los teóricos conductistas sostienen que no se calcula el efecto de las acciones

PARA LA NACION
DOMINGO 24 DE ENERO DE 2016
Richard Thaler publicó Misbehaving (Portándose mal) que es, a la vez, su autobiografía intelectual y una buena introducción a la economía conductista. La corriente principal en economía supone que las personas se comporta como economistas sofisticados altamente racionales que (hacen como que) resuelven complejos problemas de optimización o, como los llama Thaler, "Econs". Los conductistas argumentan, en cambio, que la gente decide y se comporta como humanos, comete errores, se "porta mal".
Hace más de 40 años, enseñando microeconomía, Thaler se dio cuenta de que sus estudiantes no se parecían a lo que él mismo enseñaba. Se quejaban de la dificultad de los exámenes y a Thaler se le ocurrió calificarlos sobre base 137 en lugar de base 100. Así recibirían calificaciones más altas en números absolutos. En un mundo poblado de "Econs", no importa la base sobre la que se califica (importan los precios relativos, no los nominales). Y sorpresivamente las quejas sobre la dificultad de sus exámenes disminuyeron. Más raro aún, un estudiante que sacaba 96 sobre 137 (70%) estaba más contento que uno que sacaba 72 sobre 100. ¿Cómo era posible esa violación de la racionalidad? Thaler comenzó a acumular una lista de "factores supuestamente irrelevantes" para la economía tradicional, comportamientos "tontos" que no se acomodaban a las predicciones de la teoría convencional.
Si las primeras palabras de un economista son "oferta y demanda", las que siguen son "costo de oportunidad" (lo que uno deja de hacer o ganar por hacer otra cosa). Sin embargo, hay muchos ejemplos en los cuales donde el costo de sacar el dinero del bolsillo es más importante que el costo de oportunidad. Por ejemplo, cuando empezaron a utilizarse las tarjetas de crédito muchos negocios cobraban precios diferentes con tarjeta y de contado (aún ocurre en economías con inflación, como sabemos los argentinos). En principio debería ser lo mismo para el consumidor si se hace un descuento o se cobra un recargo a quien utiliza una tarjeta de crédito. Pero los emisores de tarjetas hicieron lobby por los descuentos. ¡A la gente no le gustaba pagar un "recargo" por usar el plástico! Pagar un recargo es sacar plata del bolsillo, pero no recibir un descuento es un costo de oportunidad vago y abstracto. Es una violación al principio de que el dinero es fungible. Y hay otros ejemplos: gente que mantiene plata en sus cajas de ahorro sin recibir ningún interés a cambio y se financia con atrasos en las tarjetas de crédito a tasas muy altas.
En la visión tradicional, los economistas se enfocan en los niveles de riqueza. Sin embargo, los conductistas piensan en la respuesta a cambios en la riqueza. Una implicancia clave es que las pérdidas nos lastiman el doble que el placer que derivamos de una ganancia del mismo monto. Actualmente es un hecho aceptado, ¡pero varias décadas atrás era una herejía!
Los "Econs" sólo obtienen satisfacción de lo que Thaler llama la "utilidad de la adquisición", que es la diferencia entre la utilidad de usar algo menos el costo de oportunidad de adquirirlo. No esperamos que nos cobren lo mismo por una cerveza en el supermercado que en un hotel de lujo en la playa. Pero si nos cobraran 5 o 10 veces más nos sentiríamos estafados. Esto Thaler lo llama "utilidad de la transacción". En un mundo de "Econs" debería ser irrelevante, pero lo cierto es que los términos de una transacción, si es justa o injusta, también importan. ¡Cuántas veces compramos algo sólo porque está barato!
Thaler discute con la forma usual de hacer economía: hay que hacer modelos descriptivos de la conducta humana. En cambio, los economistas adhirieron durante muchos años a una justificación de la utilización de supuestos irrealistas que le debemos a Milton Friedman: un jugador de billar experto no resuelve las "complicadas fórmulas matemáticas" que implican la carambola que quiere realizar. Simplemente se comporta "como si" resolviera el problema matemático. Thaler y los conductistas creen que "la economía tiene que ser una teoría de todos y no sólo de los expertos", o que "nosotros no jugamos al ajedrez como un gran maestro, no invertimos como Warren Buffett y no cocinamos como un Masterchef".
Anomalías financieras
De a poco, Thaler orientó su carrera a la investigación de anomalías financieras que afectan incluso a los inversores más sofisticados que supuestamente deberían parecerse más a los "Econs" que a la gente de carne y hueso. Tradicionalmente los economistas miraron los mercados financieros como lo más parecido al funcionamiento de un mercado ideal. Tanto así que una de la hipótesis más establecida en economía fue (¿es?) la de mercados eficientes que Thaler descompone en dos afirmaciones: los precios de los activos financieros son los correctos y no es posible ganarle al mercado en forma consistente. Ahora, ¿cómo refutar la eficiencia de mercado? Junto a un coautor, De Bondt, encontraron evidencia de fuerte sobrerreacción de los mercados. Otro economista, Shiller, mostró que los precios de las acciones varían muchísimo más que las predicciones realizadas con modelos de valuación tradicionales. Las anomalías se acumulaban.
Llegó la crisis financiera global de 2008, no anticipada por la mayoría, y que dejó a los economistas (algo) más abiertos a explicaciones alternativas. Thaler argumenta que la gente mantenía una contabilidad mental en la que separaba el dinero invertido en la casa propia de los ingresos para gastos corrientes. Algunos cambios (qué intereses podían deducirse, la aparición de originadores de hipotecas y la baja de la tasa de interés) derribaron esta barrera y "erosionaron la norma social de que el patrimonio inmobiliario era sacrosanto". La gente empezó a financiar consumo, especialmente de bienes durables, como autos, a partir del aumento del valor de la propiedad, y la posibilidad de tomar hipotecas sobre un valor mayor. Cuando la burbuja inmobiliaria reventó en 2008, el consumo cayó y el desempleo subió, lo que no había ocurrido cuando explotó la burbuja tecnológica de 2000/2001. Además, la crisis es ejemplo de otros "malos comportamientos", como la falta de autocontrol, el sesgo hacia el presente y la inconsistencia temporal.
Thaler da por hecho que la economía conductista está camino de ser la corriente principal. Ciertamente hoy la penetración en la enseñanza es mucha y es parte de la formación estándar del economista. Pero el propio Thaler reconoce que la revolución está incompleta. Mientras que las finanzas conductistas tienen una respetable cantidad de practicantes, los macroeconomistas son muchos menos. Tal vez porque en macro las teorías son más difíciles de contrastar y porque la disponibilidad de datos es escasa, especula Thaler. O porque los macroeconomistas aún tienen que saldar la grieta entre los que quieren más gasto y más activismo, y los que quieren menos. Ni hablar de los límites para realizar experimentos.
Thaler peca de cierto optimismo. Las revoluciones científicas sólo se completan cuando hay un paradigma alternativo mejor. Aún hoy los libros de texto y los currículum están poblados de "Econs", y hay relativamente pocos humanos. En parte por la resistencia usual a cambiar lo aprendido. En parte porque la explicación conductista, que sugiere que nos equivocamos con frecuencia, no se lleva bien con la intuición evolucionista que está en la base de la economía.




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domingo, 17 de enero de 2016

La empresa familiar italiana

Nota publicada en el suplemento Ieco de Clarín el 11/10/2015 que nos muestra el modelo de gestión de Ferrero,. exitosa empresa familiar italiana


El modelo de empresa italiana: negocios siempre en familia

gestión el caso ferreroEl dueño de Nutella y Ferrero Rocher resiste ofertas de adquisición de Nestlé y otros rivales y se niega a cotizar en bolsa. Michele Ferrero, el patriarca, murió este año como el hombre más rico de Italia. Su hijo Giovanni sigue su camino.

Esta pequeña ciudad medieval de 30.000 habitantes rodeada de colinas y viñedos en la norteña región italiana del Piamonte y fundada por los romanos con el nombre de Alba Pompeia no es el sitio típico para encontrar una enorme instalación industrial, cuna de una multinacional con 22 fábricas alrededor del mundo (incluyendo una en la Argentina) y filiales en 53 países.
Sin embargo, éste es el caso de Ferrero, el inventor de la Nutella y marcas como Ferrero Rocher, los huevos Kinder y las pastillas Tic Tac. En esta ciudad, el pequeño propietario de una confitería, Pietro Ferrero, inventó en 1946 una pasta en base a avellanas, que abundaban en las cercanías, como sustituto del chocolate, que escaseaba en la posguerra. Su hijo Michele perfeccionó el producto y lo bautizó Nutella, una marca sobre la que edificó un imperio que lo convirtió en el hombre más rico de Italia, con un patrimonio de US$22.000 millones antes de su fallecimiento en febrero pasado a los 89 años.
Mucho antes de que la responsabilidad social empresaria se pusiera de moda en el mundo de los negocios, Michele, un ferviente católico y devoto de la virgen de Lourdes, organizó la empresa en base a valores que privilegiaban los lazos familiares, la relación con su comunidad de origen y una fuerte protección a sus trabajadores, que hoy suman más de 34.000 en todo el mundo.
“En 65 años, jamás hubo una huelga, ni de un día ni de una hora” en la central de Alba, se enorgullece Francesco Paolo Fulci, presidente de Ferrero Italia y ex embajador de su país en las Naciones Unidas. No es poca cosa en un país donde la palabra sciopero (huelga) es tan popular como el café ristretto .
Dentro de la fábrica, tres naves de 300 metros de largo que un grupo de periodistas recorre por invitación de la compañía, filas de máquinas automáticas colocan pequeñas avellanas en obleas semicirculares, las rellenan de Nutella, completan una esfera, las recubren de cacao con pequeños trozos de avellanas y las envuelven en papel de aluminio dorado casi sin intervención humana. De esta línea salen los bombones Ferrero Rocher, de a millones, para consumo interno y exportación.
Entre todas sus marcas, la facturación de Ferrero subió 4% en 2014 a 8.400 millones de euros, con una ganancia antes de impuestos de 900 millones, 12% más que el año precedente. Este año, las ventas orillarán los 9.000 millones, adelanta el ambasciatore Fulci, lo que convertirá a Ferrero en la tercera mayor compañía global de productos de confitería, después de la suiza Nestlé y la estadounidense Mars.
Sus competidores han intentado comprarla reiteradamente, solo para encontrarse con la férrea oposición de la familia, encabezada hoy por Giovanni Ferrero (51), el hijo menor de Michele. Su único hermano, Pietro, murió en 2011 de un infarto durante una excursión en bicicleta en Sudáfrica. El núcleo familiar, que siempre se negó a convertir a Ferrero en una empresa de capital abierto en la bolsa, se completa con las viudas de Michele y Pietro.
Tras la muerte del patriarca, Giovanni confirmó su legado: “Para los italianos, la familia es lo primero, y nosotros intentamos que todos los trabajadores se sientan como en una gran familia”, dijo a los periodistas. En Alba y varias otras ciudades italianas, Ferrero mantiene una fundación para sus ex empleados y jubilados con talleres de escultura y pintura, bibliotecas, consultorios médicos, bares y salas de cine. “Queremos que nuestros jubilados sigan vinculados a la empresa”, dice un vocero.
Conservador en lo financiero, Michele Ferrero evitó a los banqueros de Milán como a la peste e impulsó el crecimiento orgánico de la empresa. Su hijo está innovando en esa tradición, dice Fulci. En junio, Ferrero cerró la compra de Thornton’s, una cadena de chocolaterías británica, en 200 millones de euros. Y en estos días está desembarcando en China, una inversión de 300 millones de euros.
La Argentina fue el primer destino latinoamericano en la expansión global de Ferrero. Abrió una filial comercial en 1994 y dos años después construyó una fábrica en Los Cardales, provincia de Buenos Aires. Luego vendrían otras plantas en Brasil y México.
Ferrero Argentina es el segundo mayor importador de juguetes del país, después de McDonald’s. Los usa para fabricar aquí los Kinder Sorpresa. Pero se trata de una importación temporaria, dice Afonso Champi, director de Asuntos Corporativos para el Cono Sur. La filial Argentina exporta los huevos Kinder a Brasil y otros destinos e importa la Nutella, que se fabrica en Brasil. “El saldo comercial es positivo para la Argentina”, explica.